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EL ÁNGEL VAMPIRO
El
Profesor de Historia,
Lyoneth Finley, se encontraba caminando en lentos círculos alrededor de sus
alumnos del cuarto curso de secundaria en el Silvercry High School, de
Overworld Central City. Estaba a punto de culminar su clase como solía hacerlo
desde hace unos 20 años: Narrando la leyenda de Aleas.
«Absurdo cuento de
hadas» Pensó Rose, desde
su asiento en la parte posterior de la esquina derecha, al lado de una de las
grandes ventanas de vidrio.
Finley abrió el viejo libro con el lomo de cuero
marrón ya agrietado y desgastado a causa de los largos años de uso, y comenzó
su historia aclarándose la garganta y levantando lo suficiente la voz para que
todos en el aula escucharan—: “Hace mucho tiempo, cuando las tierras estaban divididas
por el dominio de los Dioses, y los hechiceros eran considerados semidioses, se
originó una interminable batalla entre el reino de los vivos y los muertos —levantó la cabeza y les dirigió una
mirada significativa a sus alumnos por encima de sus gafas redondas—. Para
ese entonces —dijo
reanudando la lectura y volviendo innecesariamente la cabeza al libro—, existió
un grupo de jóvenes exterminadores de espectros paranormales, que luchaban
utilizando hechizos y rituales mágicos contra los demonios y espíritus que
invadían sus tierras, y que estaban dispersados por todo el mundo a causa de la
guerra —paró un segundo
por un poco de aire—. Este grupo de jóvenes hechiceros, estaba ya cansado de luchar contra
estos demonios, ya que mientras más eliminaban más aparecían”.
Rose concentró su mirada a través de la gran
ventana, en algún punto en las lejanas colinas que se encontraban más allá de
los terrenos de la secundaria Silvercry y los bosques que la rodeaban, al mismo
tiempo, no fijándose en nada en particular. Solo quería alejar su mente de
aquellas cuatro enormes paredes.
Había tenido que leer y escuchar esta historia
todos los días desde que inició el Jardín de niños. Y estaba casi segura, de
que al igual que el Profesor Finley, ella podría recitarla de memoria. Con todo
y signos de puntuación.
Su mirada vagó por el salón concentrándose
brevemente en la melena rubia del chico nuevo. Era de un extraño y hermoso
color rubio que brillaba como el sol, y que se veía casi blanco cuando los
rayos de luz daban con él. De repente, Rose se encontró preguntándose qué se
sentiría al pasar sus dedos por ese cabello, y si alguna vez tendría la
oportunidad de averiguarlo.
Se dio una breve sacudida mental y apartó la
mirada de aquel chico bruscamente, y dando un pequeño brinco en su asiento al
ver al profesor pasar a su lado y dirigirle una mirada.
—“Entonces —prosiguió
el Profesor Finley con su narración. Rose se había perdido gran parte de ella,
pero de todos modos, intentó concentrarse—, decidieron irse en
un viaje en busca de un lugar libre de espectros, para así poder restablecer su
vida y la de los otros poblanos en ese lugar, sin tener que preocuparse en un
largo tiempo por los no vivos. Después de tanto buscar, y sin mucho de qué
hablar, encontraron una enorme isla, la cual no estaba infectada” —se detuvo
recostándose de su escritorio y escrutó con la mirada a sus estudiantes,
observando que la gran mayoría no había ni escuchado las cuatro primeras
palabras—. Según
lo que ellos pudieron notar y según lo que ellos pensaron... —Hizo una mueca y agregó amargamente—:
Al momento.
Aquella era la razón por la cual él hundía la
cabeza en dicho libro cada vez que narraba la historia a su clase. La conocía
de memoria, así que leerla era un lujo innecesario, pero por lo menos el
ocultar la mirada en el libro, le daba la sensación de que su trabajo era
tomado en serio por sus estudiantes y colegas profesores. O por el resto del
mundo. Aunque por el buen Dios, supiera que no era así.
Tomó una profunda respiración y prosiguió, solo
deseando que pudiera acabar de narrar lo suficientemente rápido o que la
campana de salida anunciara el fin de la clase para poder largarse y tomar una
deliciosa taza de café recién hecho. Casi podía imaginarse lo que su madre le
diría si estuviese viva—: Terminarás
matándote con esa basura, Lyoneth —le reprendería ella secamente, y
entonces el por fin tendría el valor para decirle—: Es cafeína, madre, no alcohol etílico. Por lo menos podrías fingir
siquiera que te importo.
—“La isla era el lugar perfecto, era todo lo que
ellos necesitaban. Mientras la exploraban, pudieron notar que era un lugar muy
pacífico y hermoso —dijo
con voz neutra, observando al reloj de pared al fondo como si le suplicara—. Tenía grandes lagos
de aguas cristalinas, árboles y plantas muy bellas y frondosas; era un paraíso,
sin mencionar sus altas montañas con simas nevadas, perfectos cambios
climáticos con llegada de las cuatro estaciones: primavera, verano, otoño e
invierno”.
«Todo es una gran mentira».
Rose desvió su mirada en un impulso inconsciente
al chico de la melena rubia, en el instante en que escuchó el susurro en su
cabeza. El corazón le brincaba en el pecho arremetiendo con fuerza contra sus
costillas. ¿Qué diablos había sido eso? ¿Y por qué había volteado a mirar a Joe
True en cuanto escucho el susurro?
El chico se encontraba recostado en su asiento
en su particular modo relajado, mientras movía continuamente el lápiz por
encima de una hoja en su cuaderno. Mantenía su rostro inexpresivo, lo que le
hacía ver extraño y hermoso de una manera sobrenatural, era como si le hubiesen
sacado de uno de esos libros que ella acostumbraba a leer y que tanto le
gustaban. Tenía unos labios llenos y expresivos, mandíbula fuerte y anchos
pómulos. Como si fuese necesario, unas espesas y largas pestañas le bordeaban
esos dos grandes y hermosos ojos azules cristalinos, casi blancos.
El dorado cabello le caía levemente sobre la frente,
rizándosele en las puntas. Y su tez era pálida, con un leve tono dorado, como
si hubiese pasado mucho tiempo expuesto al sol y luego hubiese recibido de
lleno al frío invierno; excepto que sabía que no era así, era su color natural.
Una tez pálida y dorada, era hermoso. Tenía un atractivo hermosamente
peligroso, y la tenue aura oscura que flotaba a su alrededor hacía que el aire
se sintiera duro para respirar. «Debería
ser un delito ser así de hermoso, así de perfecto» Pensó.
Se entretuvo un rato pensando que su apariencia era
algo insólito, con sus gráciles movimientos de ángel y con ese aire oscuro y cargado de peligro que le rodeaba. «Como si fuese un ángel y un demonio, un vampiro.
Un ángel vampiro».
Rose pudo ver un cambio en el rostro del
muchacho. El fantasma de una sonrisa asomándose por sus suaves rasgos.
«¿Un ángel vampiro,
eh?»
Rose se estremeció. La voz había sonado ligera y
clara en sus pensamientos, en un tono lleno de curiosidad y diversión. Se dio
otra leve sacudida mental y notó que la expresión del chico había vuelto a su
estado neutral. Algo gélido esta vez.
«¿Dibujando?» Se preguntó Rose observando los
suaves y elegantes movimientos de su mano.
«¿Curiosa?»
Ahogó un gritito cargado de miedo y asombro,
pero no pudo evitar dar un pequeño salto en su asiento. Un fuerte escalofrío le
recorrió la espalda, provocando que su asiento saltara con ella, haciendo que
soltara un molesto chirrido en cuanto tocó el suelo a sus pies.
El Profesor Finley detuvo su lectura, levantando
la cabeza de su libro e inmediatamente todos voltearon a verle. Hasta Joe
volteó con una leve expresión divertida plasmada en su rostro, la miraba
fijamente a los ojos.
—¿Hay algo que desee compartir, Srta. Lee? —Preguntó
Finley, sin embargo, no sonaba enfadado, sino un tanto agotado.
Rose se obligó a apartar su mirada horrorizada
de los ojos de Joe, y miró a su Profesor negando con la cabeza para enfatizar
su respuesta—: No, señor.
Finley se aclaró la garganta y continuó
narrando, y Rose trató fuertemente en concentrarse, sabía que al final vendrían
una serie de extenuantes preguntas.
—“En la montaña más alta, encontraron una inmensa
cueva —continuó Finley—, la cual
tenía en su interior un hermoso lago. El lago tenía en el centro una gran roca
plana, y en ella encontraron un círculo formado por siete piedras mágicas de
varios colores, con grabados, y en el centro una bella piedra de color morado. Los jóvenes
intentaron tomar las rocas, pero estas estaban muy difíciles de sacar; parecían
estar atoradas, fue cuando Alfa, el hechicero líder decidió descifrar el
grabado que poseían las rocas, ya que era el único que entendía el lenguaje de
los Dioses —dijo
esa última frase clavando sus pálidos ojos verdes en ella, lo que le provocó
otro extraño escalofrío—. Después
de tanto pensar solo pudo notar que eran unas iniciales, pero no tenía la menor
idea de qué, así que intentó tomar la roca que se situaba en el centro, y al
tocarla se iluminaron unos escritos alrededor de las piedras. Al leerlo en el
idioma de los dioses, las rocas saltaron a las manos de los jóvenes, mientras
que Alfa pudo tomar la piedra elemental”.
»”Con el
tiempo descubrieron que las rocas les habían otorgado nuevos poderes, y que
cada una de ellas tenía un control especial: la roja controlaba el fuego, la
azul controlaba el agua, la verde controlaba el viento, la amarilla el rayo, y
la roca marrón controlaba la tierra, mientras que la roca de Alfa poseía
control sobre todas ellas; el único problema era que aún no habían descubierto
que poder especial tenían las otras dos rocas. Hasta que un día lo descubrieron
de la peor manera —suspiró—. Elliotte
el cual poseía la roca de color blanco, y Cederick quien poseía la negra
tuvieron una muy fuerte discusión; al principio a los demás no se les hizo tan
extraño ya que como hermanos, vivían en ese plan de rivalidad. Pero después se
complicaron un poco las cosas, cuando empezaron a luchar entre ambos utilizando
la magia de las rocas, lo cual ocasionó un gran desastre ya que de estas rocas,
una dominaba la luz y la otra la oscuridad”.
»“Alfa
consideró que eran unos poderes demasiado peligrosos, y que debían utilizarlos
con precaución y solo cuando fuese necesario; pero Cederick no quedo muy
convencido con la decisión del hechicero Alfa; él se decía a sí mismo. -¡Solo porque sea el único del grupo que
comprende el idioma de los Dioses no significa que sea el líder!-. Así que
tomó la peor decisión que pudo haber tomado en toda su vida. Aprender el idioma
de los dioses. Años después, luego de asegurarse de que todo estuviese en
orden, los hechiceros trasladaron a todos los sobrevivientes de la guerra a la isla,
a la cual le dieron el nombre de Aleas; igual que la diosa cristal de hielo”.
»”Después
de que todos se habían restablecido en el lugar; Cederick ya había abusado de
la magia lo suficiente, como para saber todo sobre el poder de las rocas y sus
límites, revelándose ante sus compañeros y desatando otra inmensa guerra, en el
lugar donde ahora ellos pensaban que jamás ocurriría”. —Levantó la cabeza del libro y cerrándolo
continuó narrando la historia de memoria—. “Los hechiceros
intentaron luchar contra él, pero fue imposible, su poder era demasiado grande;
así que Alfa quien también había aprendido a usar los poderes de la roca
elemental, tuvo que tomar una fuerte decisión: invocar un oscuro hechizo
prohibido para eliminar los demonios, y sellar el poder de la roca negra; pero
para ello, el hechicero tendría que brindar un sacrificio…”
Finley miró expectante a todos los estudiantes
de su clase de Historia. Él sabía que la
mayoría de ellos no habían escuchado ni la cuarta mitad de la historia, pero
igualmente sabía que la mayor parte de ellos se habían visto en la obligación
de aprenderla de memoria debido a la exigencia de sus familias y el empeño de
estas en dar la talla con las familias antiguas y poderosas del país. Suspiró
cansadamente y aclaró su garganta antes de preguntar—: ¿Alguien sabe qué
tuvo que sacrificar el hechicero Alfa para eliminar a los demonios y sellar la
roca negra?
Joe True, desde su
asiento delantero en primera fila, se recostó relajadamente y le miró con aire
burlón.
—Ja. —Resopló—. Parecen los cuentos
de mi hermanita. Si tuviera una hermanita, claro.
El humor de Finley
cayó a sus pies al oír la exultante carcajada que emitió la mayoría de la
clase. Su espalda se tensó y le dirigió una mirada significativa al joven antes
de preguntar nuevamente un poco más recio—:
¿Alguien sabe que es lo que tuvo que sacrificar el hechicero Alfa,
para acabar con todo el mal de la roca negra? —Plantó el libro a un lado en su escritorio y
agregó—. Si alguien sabe, que hable ahora…
—¡O calle para siempre! —Exclamó Joe con más entusiasmo, haciendo a la
clase reír nuevamente, elevando todos los sentidos de Finley al límite junto
con su rabia, como si elevarla más fuese posible.
Rose rodó los ojos.
Siempre era lo
mismo en todas sus clases. A finales del verano, el incomparable
multimillonario Joseph True, había aparecido en la ciudad junto a su tío abuelo
el gran Lord. Edward Valkmisht. Y a comienzos del semestre se había matriculado
en el Silvercry High School como estudiante del cuarto curso de secundaria.
Desde un principio, había empezado destacando en sus notas, siendo la
competencia de ella misma en el cuadro de honor estudiantil. Demostrando tener
unas excelentes habilidades competitivas, fue nominado y congraciado con el
título de capitán del equipo de futbol
soccer del colegio, lo que no había ocurrido en 20 años, ya que el capitán
siempre solía ser un estudiante de último curso. Tenía a la mayoría de las
chicas muertas a sus pies. «Y se ha coronado a sí mismo como el
mayor saboteador de clases en la historia del peldaño de la Secundaria
Silvercry» Pensó Rose.
Quien no se veía igualmente afectaba por sus encantos naturales, o más o menos
así solía pensarlo ella.
—¡Yo me opongo! —Dijo Joe, fingiendo estar un poco abatido—. Por favor —Resopló—, ¿Qué vamos a saber
nosotros, Finley? Usted es el que está narrando. —Agregó con un tono muy sarcástico.
Finley lo observó
fijamente y un poco enojado por la gran risa que tenía toda el aula de clases,
le dijo con aire sarcástico—:
¡Joseph, Joseph, Joseph… mi querido amigo Joseph True! Hay que ver que
es muy buen comediante. Un gran don. Sí, un gran don. Al igual ese gran estilo,
buenos dones. Muy buenos. Sí, debo aceptarlo.
—Aquí vamos de nuevo. —Murmuró Rose más para sí
misma, ya sabiendo por donde se dirigían.
—¡Wow Finley! —Exclamó Joe con asombro notablemente fingido—.
Por fin decidiste entrar a la realidad. Sin ofender. —Se rió y agregó—: Claro son grandes
dones…
Finley tomó aire,
enarcó las cejas y levantó el dedo índice en su típica manera de advertencia.
—No crea que…
—A diferencia de usted que no tiene ninguno. —Lo interrumpió Joe
con otra broma de mal gusto.
Esto provocó que
toda la clase riera a carcajadas nuevamente lo que enojó mucho más al profesor
Finley, de ser posible enojarlo más.
Como es normal en
cualquier secundaría, el chico popular nunca trabaja solo, siempre tiene una
manada se simios salvajes actuando a su favor. En este caso, Joe tiene a Ruth,
Ruther Kilmer, su mejor amigo y anteriormente el chico más atractivo de toda la
secundaría, antes de su llegada.
—¡Whoa, lo dejaste frio amigo! —Rió Ruth dándole una palmada en la
espalda a su amigo frente a él.
Joe le sonrió a su
amigo de soslayo.
—Sí, ese es otro de mis dones.
Los ojos de Finley
se volvieron como platos, tratando de contener su rabia todo lo que le fuese
posible… se dijo Rose.
—¡Suficiente! —Gruñó—. Hasta aquí llego mi paciencia…. Ustedes dos son
solo unos mediocres mal educados…
—Entonces no ha hecho bien su trabajo. —Balbuceo Ruth,
intentando sostener la risa y comprendiendo tardíamente el mal momento para el
chiste.
Finley clavó sus
ojos en él.
—¿Cómo dice, señor Kilmer?
Ruth intentó
disimular no estar un tanto nervioso:
—Digo no… Teniendo un título como el suyo…
El rostro de Finley
estaba tan rojo como un tomate, la rabia desbordándose por sus poros.
—¿Cómo dice?
—Demandó.
Ruth se puso aún
más nervioso, y casi tartamudeando respondió.
—Per… perdón... solo digo…
Finley cerró los
ojos intentando no estallar y descargar todo su estrés y rabia con el chico,
tomo varias respiraciones y luego le miró fijamente.
—¿Sabe qué?
—Preguntó retóricamente—. Mejor ya no diga nada… —Su barbilla se tensó tratando de no gruñir las
siguientes palabras—: Niños malcriados, eso es lo que son todos ustedes… sí, eso son, unos
chicos muy…
Justo en ese
momento, la puerta del aula se abrió de golpe dándole paso a Nethan Paxton, el
tercero de los famosos.
—¿Populares?
—Interrumpió al profesor con otra broma, sin poder evitar unirse a la
dinámica conversación, muy motivado, actuaba como poeta enamorado.
Esto hizo de nuevo
reír a toda la clase. «Exasperantes, eso es lo que quería
decir. A nadie le importa lo malditamente populares o atractivos que ustedes
tres, Simios Salvajes, sean»
Quiso gritarle Rose, pero se contuvo ya que no quería formar parte de la productiva actividad social.
—¿Cómo dice usted que acaba de decir? —Inquirió Finley mordiendo su
rabia.
Nethan sonrió
arrogante y se recostó de la puerta cerrándola con el pie.
—Que somos muy populares. —Enarcó una ceja—. ¿Eso quiso decir
cierto?
—¿Populares?
—Repitió Finley con un sabor amargo en la boca.
Como es costumbre,
Nethan trató de enfurecer a Finley, nuevamente, como si pudiera estar más
enfadado.
—Sí… ¡Populares! — Decir que su tono era arrogante, sería un insulto a la palabra, pues
era más que eso, era arrogante, confiado y desafiante a la vez. — Es decir, que somos
fantásticos, unos jóvenes muy especiales… ¿O mejor dicho? Los más populares en
todo el Silvercry High School. Somos… como superestrellas.
—Señor Pasto —Silbó Finley alzando el tono—, ¿Por
qué mejor no se va a pastorear todas las cuerdas que se le han ido zafando en
el camino y deja de interrumpir mi clase?
Al parecer las
cosas no salieron como él esperaba.
—No, muchas gracias profesor. —Dijo cruzándose de brazos—.
Pero, seria de mala educación de mi parte, robarle el trabajo con el
que ha podido ganarse la vida. —Nethan
exclamó muy disgustado.
Toda la clase
estaba que moría de la risa, en especial Joe y Ruth. Rose en cambio, ya estaba
algo resignada a que su tío Finley se dejara llevar diariamente por las
tonterías de estos tres jóvenes. Pues sí, Lyoneth Finley era su tío, o por lo
menos eso le había dicho su madre en cuanto tuvo uso de razón. Finley no era
tan malo, un poco amargado tal vez, pero no siempre había sido de aquella manera.
Todo comenzó con la muerte de su madre, quien hasta hace 7 años había vivido
junto a él.
—¡Auch! —Exclamó
Joe divertido, sacando a Rose de sus pensamientos—. Eso debió doler.
—¡Suficiente! Esto ya es el colmo. —Exigió Finley en
voz alta.
Pero justo en ese
momento sonó la campana. «Al fin» Pensó Rose. Al menos el profesor Finley podría
respirar un poco. Hasta a ella se le hacía un tanto fastidioso escuchar a esos
simios salvajes parlotear y hacerle la vida imposible.
Después de que
todos salieran se acercó tranquilamente hacia su tío.
—¡Salvados por la campana! —Exhaló con cansancio—. Es increíble.
—Oh vamos Tío, ya deberías estar acostumbrado. —Le dijo—. Desde que comenzamos
el año escolar has tenido que aguantar no solo a Paxton y a Kilmer, sino que
este año tenemos a la sensación del momento, Joseph True.
Él se encontraba un
poco cansado de discutir con los chicos por lo que no le prestó mucha atención
a su broma.
Suspiró.
—Sí, ya lo sé, ya lo sé, Rose. —Dijo en su tono
cansado—. Pero es
que si tan solo pudieran comportarse por lo menos un momento… no me haría nada
mal descansar un buen rato de todos estos gritos…
La puerta se abrió
de golpe y unos pasos avanzaron hacia ellos, Rose intentó mirar de soslayo pero
todo lo que alcanzó fue a escuchar su ávido comentario.
—Hay vamos, Lyoneth ¿Tan afectado quedaste? —Chasqueó.
—Al parecer no tanto como usted, señor True. —Escupió Finley.
Sin más. Era él. El
patético y arrogante chico nuevo. Lo odiaba, y ni siquiera sabía la razón. Él
no le había hecho nada para merecerlo, al contrario debería estar más que
agradecida, pero no podía sentir ningún otro tipo de afecto hacía él. Tal vez
por el simple hecho de que todas las chicas se babeaban con solo verle pasar.
Se derretían por él, y ella no entendía por qué. «No es la gran cosa» Se dijo.
Sí, era muy atractivo, tanto que debería ser
ilegal poseer un rostro y un semblante como aquel. Era un chico
fuerte, eso no podría negarlo y mucho menos olvidarlo. Él la había salvado de
ser arrollada por un tren en las afueras de Painthole al sur de Davertown en el
Estado de Sfieldclass, cuando había ido con su hermana Rosalie a visitar al tío
Jeffrey.
También tenía mucho
dinero, tanto que era hasta más rico que el propio presidente, y vivía en la casa más grande de todo el país. El palacio de los Valkmisht. Pero no, no
solo por eso tenía que comportarse como un idiota y esas niñas tontas verlo
como lo más maravilloso del mundo. Solo. Era. Un. Chico. Muy atractivo y con
una gran cuenta en el banco. ¿Dónde quedaba la dignidad?
—¡En lo absoluto! —Exclamó Joe enarcando las cejas, él tenía una voz
profunda que completaba el kit de chico mega sexy—. Dudo que a su edad haya alcanzado a entender mis
términos.
Finley hizo rodar
sus ojos y se concentró en guardar sus cosas en su maletín.
—¿Vas a continuar, jovencito? —Exigió en tono cansado.
Joe se cruzó de
brazos y se recostó del escritorio de pupitre más cercano.
—Quizás, pero por lo menos no seré un cobarde. —Se burló.
Ambos se quedaron
viendo fijamente el uno al otro con miradas desafiantes. Eran tan irritantes,
se comportaban como unos auténticos idiotas.
—¡Ya basta los dos! —Demandó Rose alterada, colocándose en medio de
los dos y separándolos con los brazos extendidos a cada uno de ellos.
Joe se acercó a
ella y le ofreció una media sonrisa de lado.
—¿Usted qué dice, chica genio? —Preguntó fingiendo interés—. ¿También
le molesta?
—No. No me molesta. —Dijo mirándolo inexpresiva— Solo
digo que no deberían de comportarse así. —Trató
de sostener la calma—. Y
además… —Respiró
profundo y se plantó en frente de Joe mirándolo fijamente a los ojos, tratando
de sonar lo más seria posible—.
Me llamo Rose, Rose Lee. Presidenta Estudiantil para usted. No chica
genio, señor True.
Él la miró
igualando su mirada, aunque con una cierta pizca de disgusto en ella.
—¡Igual, es igual! —Suspiró Finley aunque ninguno de los dos se
volvió a mirarle—. Agradece
que no te piense castigar, Joseph. —Exhaló
mientras salía del aula—. Cierren
después de borrar la pizarra. —Añadió
dando golpecitos a la pizarra con la ñema de los dedos.
—Nunca, en el tiempo que llevo conociéndola —Comenzó Joe sonando levemente
sorprendido, su voz era un poco más profunda. Más hipnotizante—, había notado
lo bellos que son sus ojos mí querida presidenta. Son increíblemente hermosos.
Rose contuvo la
ganas de estremecerse. Sus ojos se relajaron, y la miraba de esa manera que
volvía locas a las chicas. «A diferencia que a mí no me causa ningún efecto» Se juró.
—Y en todo el tiempo que llevo conociéndolo, no
había notado lo pesado que podía llegar a ser, mi señor. —Desdeñó—. Eso conmigo no
funciona. Y muévase rápido, tenemos clases con el entrenador Parketh, y ya
usted muy bien lo conoce —Tomó
las llaves del escritorio sin apartar la mirada—, ¿Capta?
Joe enarcó ambas
cejas.
—¿Pesado, mi lady? ¿Y eso como por qué? —Preguntó mientras se
dirigía a limpiar la pizarra—.
Lo dije en serio. Tiene unos hermosos ojos... ¿Grises?
Sonrió de nuevo por
encima de su hombro y levanto una ceja, esta vez parecía tener intensiones de
persuadirla, se dijo Rose. «No voy a suspenderlo. —Pensó—.
No tiene por qué
hacer eso» Intentó
relajarse.
—No son grises. —Dijo inexpresiva.
Se detuvo un
momento a mirarla. Se acercó unos pasos, tal vez demasiado, se dijo. Inclinó la
cabeza como para intentar verle desde otro ángulo.
Rose sintió un leve
escalofrío recorrerle todo el cuerpo mientras se concentraba en la intensidad
de su mirada. Él no estaba respetando su espació personal, así que retrocedió
unos pasos hasta tropezar y caer sentada en una de las mesas, pero él se acercó
más.
Joe reposó sus
brazos en la mesa detrás de ella, con la que había tropezado. Seguía intentando
intimidarla, quería que ella se demostrara débil, que bajara sus defensas para
que así él pudiera controlarle. Si
tan solo pudiera ver ella misma la expresión que tiene pasmada en su rostro.
Joe sonrió para sus adentros.
—¿Azules?
—Dudó. Estaba algo confundido a decir verdad, sus ojos le eran una
anomalía y frente a las miles de cosas que había visto en toda su vida, era ya
bastante decir. Ni siquiera aun sabiendo que sus propios ojos eran igual o más
anormales, con su frío y brillante iris azul plateado, que podían ser tan
hermosos como aterradores y sedientos como impenetrables. Siempre fríos y
calculadores, tan llenos y a la vez desprovistos de cualquier emoción. Mas no
podía dejar de mirar esos dos ojos hermosos que poseía esa hermosa chica, y
tampoco podía resguardar más tanta curiosidad, necesitaba acercarse más ella.
Rose pestañeó. No
sabía que responder realmente, siendo sinceros, sus ojos nunca tomaban un color
definitivo y siempre estaban cambiando. Aunque desde que era pequeña, los
médicos siempre le dijeron que eran verdes, ella siempre los había visto
tornarse grises, azules. A veces hasta miel. Pero muy pocas veces los veía
verdes.
Aun así respondió.
—Verdes. —Intentó
apartarse para escabullirse. Pero él la sostuvo por el brazo.
Al ser la
presidenta del comité estudiantil, Rose ya había tenido en ocasiones anteriores
el privilegio de entablar conversación con Joe, en realidad, desde que era su
tutora en ciertas materias (Cosa que ella aún no comprendía, debido a sus altas
calificaciones, él no lo requería) tenía dicho privilegio aproximadamente…
todos los días. Pero aquellas siempre habían sido conversaciones normales, nada
había sido tan perturbado como esto, él nunca había violado su espacio
personal.
—¿Verdes?
—Seguía dudando, sonando un poco divertido. La volvió a mirar con esos
ojos—. ¿Segura?
Pareces un poco confundida, Ángel.
—Sí. Son Verdes. O por lo menos hasta donde tengo
entendido sé que lo son. —Objetó.
Él se mojó el labio inferior con la punta de la lengua, lo que le devolvió esos
escalofríos, pero en esta ocasión… en vez de frío, era un intenso calor—. ¡Vamos! Llegaremos
tarde. —Dijo al
fin tratando de que su voz no sonara quebrada.
—Me alegra que no vaya a suspenderme. Pero dije en
serio lo de sus ojos. —Dijo Joe
notando que se hallaba incomoda con él a esa distancia. La cual era muy corta.
Para nada espaciosa. Solo había espacio para que una pequeña ráfaga de aire se
colara a través de ellos «Misión cumplida. No es tan fuerte
como finge ser» Se aplaudió
él internamente. Le dio un poco de espacio—.
Jamás lo había notado.
Rose hizo un
intento por sonreír, había querido agradecerle segundos antes de comprender. «Espera. —Se dijo—. ¿Acaso me
agradeció por no suspenderlo? ¿Cómo lo supo? Yo en ningún momento dije nada al
respecto».
—Yo no dije nada de…
—¿A no?
—Le interrumpió y le regaló otra pícara sonrisa de las que posee—. Creí haber
escuchado que no ibas a hacerlo. Pero bueno. Supongo que lo merezco.
Rose le miró
boquiabierta. Lo había hecho de nuevo. Ella no había dicho nada, pero sin
embargo él lo había sabido. Y estaba casi segura de que no era la primera vez
que lo hacía. Llevaba un largo tiempo pensándolo. A decir verdad desde que
entro al instituto. «¿Leyó
mis pensamientos? No, imposible. Es algo absolutamente irónico y fuera de este
mundo. Ese tipo de comunicación es totalmente…» No encontraba la palabra.
«¿Impresionante?»
Rose se sintió un
poco mareada. No sabía si había escuchado su voz en su cabeza o él lo había
dicho realmente. «No,
imposible, aun no le he quitado los ojos de encima y no ha movido la boca
siquiera para respirar como para pensar que lo ha hecho. ¿Estaré alucinando?»
Se preguntó. La
cabeza empezaba a dolerle.
—¿Te sucede algo, Ángel? —Preguntó Joe con algo parecido a preocupación. Sus
ojos brillaban cada vez que repetía ese apodo. Ángel. Notó Rose.
Su corazón se
aceleró. Estaba asustada. ¿Era posible que él pudiera hablarle de esa manera?
No. Eso no era posible, tenía que ser solo imaginaciones suyas. Cerró los ojos,
respiró profundo y volvió a conservar la calma.
—No. —Mintió—.
Y no me llames Ángel. Ya te he
dicho que no me gusta.
Él solía llamarla
de esa manera. Le puso ese sobre nombre el día en que se conocieron, el día que
la salvó de ser atropellada por aquel tren. Había discutido con Rosalie por lo
mismo de siempre, por tratarla como una inmadura e infantil mentirosa.
—¡Pero es cierto! —Había protestado—. Yo lo vi,
estaba parado al otro lado de la ventana, Rosalie.
Su hermana le había mirado con el ceño fruncido.
—Ahí no hay nadie, ¿Qué tan mayor crees que te
hace parecer inventar tantas tonterías, Rose? —Le había gritado.
—No son tonterías, era un hombre. —Se había
defendió—. Era alto y… tenía el rostro vacío, pálido y…
Rosalie levantó una mano indicando que se
detuviera.
—Basta. —Había exigido—. No más mentiras. No más
falsos testimonios de personas rodeando la granja, porque en realidad no hay
nadie más que él tío Jeffrey, tú y yo en un radio de unos 40 km.
Los ojos le ardían, pero Rose se había prometido
no llorar frente a su hermana.
—Ros…
—No. —La había interrumpido—. Crece de una buena
vez Rose, deja de inventar cosas.
—¡Deja de tratarme como a una niña! —Había
exigido Rose—. Yo sé lo que vi.
—Y yo sé que es mentira. Así que madura, porque
hasta que no dejes de comportarte como una niña no dejaré de tratarte como tal.
—Pero…
—Por el amor a Aleas e Hinmus, deja de inventar
cosas. —Había insistido su hermana mirándola con ojos iracundos—. No. Existen.
Los. Fantasmas.
Luego de aquella fuerte discusión, Rose había
tomado su sudadera y había salido a trompicones de allí. Había querido tomar
algo de aire por los alrededores de la casa, pero mientras su rabia se
escabullía fuera de ella se perdió en sus muchos pensamientos y terminó por
encontrarse recorriendo las calles vacías de Painthole.
Eran alrededor de las 11:30 pm para cuando
comprendió la distancia que había recorrido desde la granja de su tío Jeffrey
hasta el pueblo, caminando. Media hora. Había caminado todo el trayecto en
media hora y lo peor es que no tenía intenciones de regresar aún, sabía que
estaba siendo un poco infantil pero no le importaba, de todas formas ya su
hermana la consideraba una inmadura.
Le había sorprendido el silencio que gobernaba
en las calles de Painthole, ni siquiera los pequeños bares que se encontraban
despiertos las 24 horas del día estaban abiertos. Ni tampoco se oían los
normales sonidos nocturnos: Ni grillos, ni búhos, ni ranas…
O un aullido.
Rose miró la luna llena que brillaba en lo alto
del cielo despejado inundado de estrellas. A pesar de que aún no acababa el
verano, hacía un frío increíble que la hacía tiritar.
Un silencio escalofriante.
Caminó a ciegas
mientras observaba la inmensidad del cielo nocturno y las estrellas. Una
punzada de dolor le recorrió desde el tobillo derecho hasta por toda la pierna,
cayó de bruces contra el suelo golpeándose el hombro contra algo frío y duro.
Levantó la cabeza
apoyando con los codos. Dolor ardiente descendió desde su tobillo, ahogó un
grito. Observó bajo la luz de la luna su alrededor buscando pedir ayuda. Pero
frente a ella, solo había una negrura, que probablemente era el bosque. A su
izquierda más negrura y unas extrañas vallas metálicas contra el suelo que
pasaban justo por debajo de ella.
Vías, son las
tranvías comprendió.
No se había dado
cuenta de que se había estado dirigiendo inconscientemente hacia las vías del
tren.
Un extraño ruido
estremecedor provino desde lo lejos. No tardó mucho en comprender que era el
sonido del tren. Entonces pudo ver las luces del tren acercándose junto al
estruendoso sonido. «Voy a morir» Pensaba en aquel entonces.
Esta vez sí gritó.
Unos fuertes brazos
se aferraron a su alrededor atrayéndola hacia ellos con determinación. De
repente estaban rodando por la tierra hacia algún lado.
—¿Estás bien, cariño? —Le había preguntado una
joven y profunda voz masculina—. Eso ha sido un tanto suicida.
El chico se apartó
y ella se pudo incorporar lentamente apoyada en él.
—Mi tobillo. —Jadeó.
—¡Oh! —Exclamó el chico que iba envuelto en un
bonito y caro abrigo marrón—. Supuse que no te habías lanzado allí a propósito.
Realmente no me pareces el tipo de chica que quiere experimental una muerte al
estilo Destino Final.
Ella le miró algo confundida.
—Linda observación, ¿Puedes deducir eso con solo
un vistazo o es que aparte de héroe improvisado también eres psíquico? —Sabía
que estaba siendo grosera, pero no había podido evitarlo—. Gracias. Por no
dejar que el tren me hiciera papilla. —Dijo suavizando su voz.
El chico la ayudó a llegar hasta la luz más
cercana. Y ahí fue donde lo vio por primera vez. Con sus sorprendentes e
hipnotizantes ojos azules cristalinos, sus amplios pómulos, sus largas
pestañas, sus labios llenos y expresivos. El cabello se le veía plateado bajo
la brillante luz de la luna… «Un ángel»
Se había dicho ella, sin notar que había pronunciado aquellas palabras en voz
alta.
Él le dedicó una sonrisa, de esas que llegan a
los ojos, y eso le hizo parecer más sobrenatural, más hermoso.
—No hay de qué, Ángel.
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